Inflación, dolarización y salarios

En nuestro artículo anterior, hablábamos de cómo los salarios en Venezuela se han quedado muy por debajo del nivel de compra que durante muchos años tuvieron. La observación cotidiana del mercado al nivel de productos de consumo final, tales como alimentos, repuestos, vestido, materiales educativos y servicios directos, aunque sigue mostrando una gran variación, parece que tiende a consolidarse en torno a la fijación de precios con respecto al dólar.

Hasta hace relativamente poco uno podía decir que había una gran división entre dos grandes grupos: por un lado, los productos de precio dolarizado, es decir, de precio no regulado y que en principio eran juzgados como NO de primera necesidad y por el otro, los productos de precio regulado, que por supuesto, no se podían encontrar en los mercados regulares, aunque siempre lograban aparecer en el mercado negro, de arbitraje o como los llama el gobierno, de “bachaqueo”.

El gobierno había creado un ente, basado en una ley (Ley de Precios Justos), cuya misión era analizar las estructuras de costo de miles de empresas, rubros y productos y fijarles el precio adecuado según una tasa de ganancia límite establecida en dicha ley. Si bien al inicio de la aplicación de la ley, el gobierno mostró “resultados” tales como allanamientos, fiscalizaciones, detenciones y cierre de empresas, sobre todo al nivel de distribuidores, pronto los empresarios comenzaron a aprender, por un lado a través de la creación de estructuras de costos que desafiaban la lógica del gobierno y por el otro lado, a jugar con los nombres de las cosas. Así, al comenzar a blindar sus estructuras de costos y ante la poca capacidad del gobierno para supervisar tantas empresas, comenzaron a aparecer los productos, ya con el “precio justo”, casi siempre con cálculos basados en el dólar paralelo. Y al comenzar a jugar con el nombre, la leche ya no se llamó leche, sino “bebida láctea”, el detergente para lavar se llamó “multiusos” y las panaderías comenzaron a vender pan con algún adjetivo que lo sacaba del pan regulado.

Poco después y con la apertura de la frontera con Colombia y la posibilidad de ir a Brasil y regresar, comenzaron a aparecer productos de esos países, eso sí, a precios internacionales, pero que al suplir una necesidad, siempre encontraron mercado. Por supuesto, el gran importador de estos productos ha sido el propio gobierno, sobre todo a nivel regional e incluso municipal. Y si bien las colas no han desaparecido, han comenzado a ceder. ¿Cuál es la razón? Por lo menos dos: una es que al volver muchos productos a los anaqueles, disminuyen los niveles de angustia y la necesidad de acumular a través de las llamadas “compras nerviosas”. La otra es que al haber suficiente oferta, los compradores que ayudaban a colapsar los comercios, como eran los revendedores o “bachaqueros”, comienzan a salir del mercado porque son ineficientes. Si ya en muchos comercios se pueden conseguir productos como granos, leche, detergente y otros, ¿que razón puede tener alguien para comprarlo a un revendedor, que incluso propone un precio más elevado que el comercio?

El gobierno anuncia entonces que se está “derrotando la guerra económica”. Pero lo que en realidad ha pasado es que el gran derrotado es el discurso y la práctica del control de precios. El gobierno, calladamente, ha venido aceptando precios “justos” cada vez más altos, basados en el dólar paralelo. Mantiene su discurso, pero ya son pocos los productos de precio controlado, los cuales al parecer siguen siendo un punto de honor para el gobierno.

Ahora bien, si por un lado, todas las estructuras de costos de las empresas cada día se basan más en el dólar paralelo y los venezolanos estamos pagando precios “internacionales” por un número cada vez mayor de productos; y por el otro lado, los salarios se han ido quedando a nivel del dólar oficial, ¿quién ha perdido y quién ha ganado? Definitivamente han sido los asalariados, aquellos a los que la Izquierda dice defender. Es verdad que también muchas empresas han salido del mercado. Pero otras nuevas han surgido y algunas más viejas se han mantenido. Los empresarios se han podido adaptar, pero los asalariados, no. Las empresas han podido crear o mantener estructuras de costos basadas en el dólar paralelo. Por tanto, prácticamente gastan dólares e ingresan dólares. Pero el asalariado ingresa bolívares, extremadamente devaluados y gasta a nivel de dólares. Esto es una situación completamente insostenible, incoherente, absurda.

Por poner un ejemplo, un profesional que gane 100 mil bolívares, es decir, 100 dólares, compra ¼ de kilo de café en alrededor de 2 dólares, azúcar en 3 o 4 dólares, aceite entre 3 y 6 dólares, una camisa en no menos de 15 dólares, un jean entre 15 y 25 dólares, zapatos entre 15 y 30 dólares y no tiene con qué comprar una laptop o un teléfono móvil, cuyos precios sobrepasan con creces su ingreso nominal. En general, estos y muchos otros productos, tienen precios equivalentes en la mayor parte de las economías sin regulación de precios. Efectivamente todos esos bienes se consiguen en Venezuela, a diferencia de hace un año o dos. Eso incluye los carros, aunque en este caso, al ser un bien culturalmente tan apreciado en Venezuela y al no poder ser almacenado a escondidas tan fácilmente, normalmente se venden con un precio que está entre 2 y 2,5 veces su precio “internacional”, es decir, entre 40 y 50 mil dólares por un auto nuevo que cueste 20 mil dólares en México, Panamá, Colombia, Chile o Estados Unidos.

Eso en cuanto a bienes. Por el contrario, los servicios, se mantienen a precios no equivalentes a las economías abiertas. Así, un hogar de 5 personas que usen telefonía móvil, internet, televisión por cable, agua, electricidad y telefonía fija, no gasta más de 10 o 15 dólares en todo esto. Y si bien los colegios más caros pueden estar por encima de los 50 dólares la mensualidad, el promedio para la mayoría está en torno a 20-25 dólares.

Parece haber entonces tendencias muy claras: la industria y el comercio han ido ajustando sus estructuras a pesar de la retórica de izquierda del gobierno. Los servicios no tanto. Sin embargo, en el caso de los primeros, los augurios tampoco son buenos, porque entonces lo que se reduce es su mercado, es decir, cada vez menos gente con recursos disponibles para comprar. En el caso de los servicios, sean de provisión pública o privada, es su calidad y disponibilidad la que sufre. No por nada Venezuela tiene uno de los servicios más lentos de internet del mundo.

Hemos llegado entonces a ser un país con la economía dolarizada en buena parte, pero con una amplia franja de la población que ha pasado en menos de 20 años de tener un ingreso mínimo por encima de los 300 dólares, a uno de alrededor de 60, es decir, los 2 dólares al año que para las Naciones Unidas, definen la línea de pobreza. Un país dolarizado en todo, menos en los salarios. ¿Cuál es el resultado? Que Venezuela es ahora un país de dos clases, tal como siempre lo ha querido la izquierda: una pequela élite, casada con el gobierno, que son dueños de los medios de producción y una gran masa de asalariados que lo único de que dispone es de su fuerza de trabajo.

Logrado el objetivo…

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